martes, 22 de junio de 2010

EL AMIGO DEL PERDEDOR




El Perro es un sujeto de unos 25 años. Es un alcohólico y fumador de ganja compulsivo. Todo el mundo lo conoce. Pero no tiene ningún amigo. Intenta leer algunas cosas, pero entiende la mitad. Pasa todo el día en la calle, cerca de una botillería, donde es más fácil conseguir licor sin desplazarse mucho. Cada fin de semana tiene donde ir. Algún panorama o simplemente vagar. Sus amores nunca fueron correspondidos, o él simplemente no infló. Sus actividades son regulares y no muy variadas, nada especial, no hace nada bien. Lo que intenta lo deja tirado, lo que no intenta nunca existió. Sus sueños siempre se desvanecen con alguna carcajada ajena o por que lo olvidó. No vale la pena para nadie, más que una botella de alcohol o un par de cuentos entretenidos, es que lo encuentran un tipo complicado de entender. En realidad no lo sé. Siempre lo voy a visitar de vez en cuando y me cuenta sus problemas, yo le comento que todo es su culpa y que debe hacer algo con su vida y dejarse de estupideces, algún día no tendrá la energía que hoy tiene, algún día lo perderá todo (o nada). Su corazón esta partido en 15, por que a los quince lo abandonaron por un sujeto adinerado y con expectativas de convertirse en un hombre al igual que su padre. Perro no conoce a su padre. Su madre es una sobre protectora católica y bipolar que solo le pide que se transforme en ella. Cada día que pasa veo a perro peor que nunca. Más gordo, barbón y chascón. Cada día fuma más. Le digo que todo esto es su culpa. Me dice que lo sabe, lo sabe, Pero no puede hacer nada contra todo el mundo. Cada día se siente peor. Cada día le cuesta levantarse, cada día piensa qué habrá para beber y cada día piensa en su muerte.
Cada vez que lo veo, me cuesta creer que soy su amigo, cada vez que lo escucho me acuerdo de mi madre y su afán de alejarme de las “malas juntas”. El perro siempre está en el mismo lugar, con las mismas persona y pensando siempre lo mismo. Es un tipo complicado, pero siempre sabes lo que está pensando, por eso nunca lo defraudaré. El perro no escucha a nadie, ni nadie escucha al perro. Solo un bostezo y un “tienes un cigarro” son sus “hola y chao” del día. Siempre pienso en el perro. Tengo una obsesión heterosexual con él. Me duermo sabiendo que algún día no estará ahí. Eso me alegra. Pero despierto apenado sabiendo que ya se ha levantado, o que nunca se acostó. Mañana lo veré, hace mucho tiempo que no lo veo. Creo que está trabajando en un puesto de oficina. Me rio solo, pensando en que está sentando de terno y corbata haciendo lo que siempre me dijo que no haría. Pobre perro. Sé que se reirá conmigo. Pensar que una vez le disparé en una pierna. Pobre perro. Le invitaré una cerveza después de levantarme, ya son más de las 12.

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